SILENCIO | Brahma Kumaris
Cuando el silencio es profundo, desbordante de plenitud, cuando ya no hay deseo alguno de sonido, cuando hay concentración completa en Dios, entonces, el pensamiento, como una flecha, encuentra su meta y se funde con ella; allí, el alma humana no solo ve a Dios, sino que es absorbida en la pureza de aquel Ser; absorbida total, completa y absolutamente. Colmada con la luz pura en que ahora se ha vuelto su ser, el alma irradia esa energía como paz y amor por los demás; un fanal vivo.
El silencio es el puente de comunicación entre lo Divino y lo divino en lo humano. El silencio es el lugar donde encuentro aquello que es más precioso.
El silencio espiritual es la postura del corazón y de la mente dispuesta para la comunicación con Dios. Ni la comunicación está basada en las palabras repetitivas, ni en las teorías intelectuales ni en pedir la satisfacción de deseos limitados. La comunicación sagrada es la armonización del “yo” original con El Eterno.
El silencio espiritual me da la energía pura y altruista de la Fuente Creadora, para salir de la envoltura del polvo y de la rutina, abriendo los horizontes ilimitados de una nueva perspectiva. Para liberarme del negativismo, necesito el silencio. Absorto en sus profundidades, yo me renuevo. En esa renovación la mente queda limpia, facilitando una percepción diferente de la realidad. La percepción más profunda de todas es mi propia eternidad.
El acto de silencio es tan necesario para vivir como la respiración lo es para la vida física. La fuerza para vivir necesita encontrar un punto de tranquilidad a partir del cual empiezo y hacia el cual regreso todos los días: un oasis de paz interior.
El silencio lleva mi energía mental y emocional a un punto de concentración en donde puedo permanecer tranquilo. Sin esa tranquilidad interior, me convierto en una marioneta, manejada hacia aquí y hacia allá por los muchos cordones de las influencias externas diferentes. Ese punto interno de tranquilidad es la semilla de la autonomía, que corta los cordones, y entonces interrumpe la pérdida de energía.
El silencio cura. El silencio es como un espejo. Todo es limpio. El espejo no culpa ni critica, sino que me ayuda a ver las cosas tal como son, ofreciendo un diagnóstico que me libera de todo tipo de pensamientos equivocados. ¿Cómo hace eso el silencio? El silencio renueva la paz original del “yo”; una paz que es innata, divina y, cuando invocada, fluye a través del propio ser, armonizando y curando cada desequilibrio. El silencio es colmado y colma; gentil, poderosa y consistentemente activo.
Para crear silencio, un paso hacia dentro. Me conecto con mi “yo” eterno, el alma. En ese espacio de perfecta tranquilidad, como en un vientre eterno, el proceso de renovación y reestructuración comienza. Allí, un nuevo patrón de energía pura se va tejiendo.
En ese espacio introspectivo, yo reflexiono. Recuerdo lo que he olvidado hace mucho tiempo. Me concentro tranquila y amablemente y, al hacerlo, aquellas marcas espirituales originales de amor, verdad y paz emergen y se dejan sentir como realidades personales y eternas. A través de esto la calidad empieza a entrar en la vida. La calidad es la cercanía a algo más puro y más verdadero en nosotros mismos. La calidad es el principio para un pensamiento más iluminado y para la integridad de la acción. En ese espacio, el silencio me enseña a oír, a desarrollar una apertura hacia Dios.
Oír me lleva a mi posición correcta, abriendo el canal de la receptividad. La receptividad me alinea con la realidad de Dios; un alineamiento muy necesario, si deseo conocerlo verdaderamente y unirme a Él. Para la receptividad, debo limpiarme de mí mismo. Debo ponerme limpio, desnudado, sencillo, desprovisto de artificialidad, y entonces, la comunicación genuina comienza.
Al oír, recibo. Al recibir, siento y reflexiono, entrando gradualmente en la concentración. La concentración se verifica cuando estoy completamente absorto en un pensamiento. Donde hay amor, la concentración es natural y constante, como la llama parada de una vela irradiando su aura de luz. El pensamiento en que estoy absorto se convierte en el propio mundo. Cuando la mente humana está absorta en el pensamiento de Dios, la persona se siente resucitada; la armonía de reconciliación se siente profundamente. En esa conexión silenciosa de amor la persona se encuentra plenamente reconciliada, no como un proceso intelectual, sino como un estado de su ser. Yo despierto. Ese despertar es el lugar donde estoy completamente consciente de la Verdad. Simultáneamente me hago consciente de las ilusiones en mí y en torno a mí, y del esfuerzo necesario para eliminarlas.
Ese despertar me permite responder y recibir lo que yo no percibiría normalmente, a niveles naturales o sobrenaturales. Con el despertar, en ese estado elevado de conocimiento, una persona se espiritualiza; se convierte en un ser más verdadero. Dentro del silencio, los rayos sutiles invisibles de pensamiento concentrado se encuentran con Dios – ese es el poder del silencio; eso frecuentemente es llamado meditación. El sonido no puede alcanzar ese encuentro con Dios. El sonido solo puede alabar y glorificar, a través de la música y del canto, la cercanía de la unión con lo Divino; pero no puede crearla. Solo el silencio crea la experiencia práctica de la unión.
El silencio concentrado es el foco sin palabras de la atención pura en Dios. El amor por Él se convierte en el foco fácil y constante, colmado. Esa cercanía del “yo” con el Supremo inevitablemente inspira el deseo para el cambio en sí; inspiración para mejorarse, para volverse digno al colmar el potencial original y, en la medida de lo posible, compartir los frutos del potencial realizado con los demás. Ese compartir no se puede alcanzar por el mucho hablar, sino a través de la integridad del ejemplo personal.
En el silencio realizamos lo que no es únicamente un retorno a las raíces; sino incluso más, es un retorno a la Simiente, al Inicio; es un retorno a Dios, un retorno a mí mismo, un retorno a una relación correcta.
*Anthony Strano es Director de los Centros de la Brahma Kumaris en Grecia, Hungría y Turquía. Este artículo está extraído de su cuaderno “The Alpha Point” – El Punto Alfa, también editado en Brasil en Portugués por la Editora Brahma Kumaris - www.editorabk.org.br
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